La gran novedad estructural del juego es la posibilidad de alternar entre dos personajes jugables: Yasuke, un poderoso samurái inspirado en una figura histórica real, y Naoe, una asesina shinobi ágil y letal. Esta dualidad le da variedad y frescura al gameplay, permitiendo dos estilos muy distintos en cada misión.

Yasuke aporta el peso, la fuerza bruta y el combate frontal. Cada enfrentamiento se siente contundente, casi como un soulslike simplificado, con bloqueos, tajos medidos y un sistema de postura que recuerda levemente a Ghost of Tsushima. Por su parte, Naoe es la esencia del sigilo, el parkour y la infiltración clásica de Assassin’s Creed. Moverse con ella es rápido, preciso, y profundamente satisfactorio para quienes extrañaban el ADN más puro de la saga.

Mafia: The Old Country no solo es un nuevo capítulo en la franquicia: es una reconstrucción emocional de los orígenes del crimen organizado, donde los códigos del honor pesan más que la ley. Ambientado en la ciudad ficticia de San Celeste, una versión reinterpretada de la Sicilia rural, el juego nos pone en la piel de Enzo Favara, un joven que comienza desde lo más bajo y busca abrirse paso en la despiadada familia Torrisi.

Lo que distingue a esta entrega es su enfoque: no busca recrear la grandilocuencia del crimen moderno ni ofrecer libertad sin control. En cambio, se enfoca en una experiencia narrativa guiada, casi como una serie interactiva que respeta los tiempos y silencios del drama mafioso.

Helldivers 2 abandona la cámara isométrica de la primera entrega y se lanza de lleno al combate en tercera persona. El cambio no es solo estético: el nuevo enfoque potencia la inmersión y hace que cada disparo, explosión y grito alienígena se sienta más cercano, visceral y, por momentos, hasta desesperante.

A pesar del cambio de perspectiva, el juego mantiene intacto su ADN cooperativo: misiones en planetas hostiles, objetivos por cumplir en grupo, y lo más importante… la posibilidad (casi inevitable) de matar a tus compañeros sin querer. El fuego amigo no solo está activado: es parte fundamental del caos.

Desde su fundación, Kojima Productions ha trabajado sin ataduras. El primer Death Stranding fue, en su esencia, un ensayo lúdico sobre la soledad, la reconstrucción social y el concepto de “caminar hacia el otro”. El segundo juego parece reforzar esas ideas, pero llevándolas hacia un terreno más oscuro, incierto y existencial. El tráiler inicial —tan críptico como sugerente— deja entrever una narrativa aún más ambiciosa, con elementos que exploran el duelo, el sacrificio y el rol del individuo en un mundo fracturado.

El juego nos sitúa en la región de Hokkaidō, al pie del monte Yōtei, durante una era ficticia en la que los límites entre el mundo de los vivos y los muertos están rotos. Vos encarnás a Takeshi, un guerrero exiliado que, tras ser traicionado por su clan, vuelve como un “onryō”, un espíritu vengativo. Y sí: su katana corta tanto carne como alma.

Este no es otro juego de samuráis: es una experiencia donde lo espiritual y lo brutal chocan todo el tiempo.

El gameplay mezcla lo mejor de varios mundos: