Hablar de Black Myth: Wukong es meterse de lleno en uno de los lanzamientos más ambiciosos —y también más discutidos— del año. El estudio chino Game Science no solo prometió un action RPG inspirado en mitología, sino una experiencia con el músculo técnico para plantarse frente a los grandes del género. Y sí: Wukong brilla. Pero también deja espacio para el debate.
Esta es nuestra crítica, pensada con respeto por el jugador que busca algo más que fuegos artificiales.
Un concepto que late con alma propia
Inspirado en la novela clásica “Viaje al Oeste“, Black Myth: Wukong no apuesta a un relato típico. Su protagonista —el Rey Mono, Sun Wukong— carga con un pasado tan pesado como mitológico, y eso se traduce en una narrativa cargada de simbolismo, espiritualidad oriental y fragmentación onírica. ¿Confunde? A veces. ¿Intimida? Un poco. ¿Recompensa? Absolutamente.
El juego no te lleva de la mano, y eso, para muchos, es una virtud. No hay mapa sobrecargado, ni flechas de neón. Hay silencio, exploración, y una enorme fe en que el jugador sabrá detenerse, mirar, deducir.
El combate: precisión por encima del caos
Si venís de Sekiro o Lies of P, Wukong te va a sonar familiar. Acá el combate se gana por reflejos, estudio y paciencia. Cada jefe es un duelo mental y físico: nada se regala, pero nada se siente injusto. Los patrones de ataque están ahí; solo hay que leerlos.
Wukong tiene acceso a un amplio set de habilidades, transformaciones y encantamientos que van evolucionando. Hay builds posibles, aunque no tan profundas como en un soulslike tradicional. El diseño del combate responde más a la pregunta “¿cómo querés encarar esto?” que a “¿qué stats vas a min-maxear?”.
Un detalle clave: la respuesta del control es precisa, fluida y responde al frame. Se nota la obsesión técnica detrás.

Dificultad: sin concesiones, sin arrogancia
No hay selector de dificultad. Lo que ves es lo que hay. Pero Black Myth: Wukong no cae en la trampa de la dificultad artificial. Castiga el descuido, no la experimentación. Si morís, sabés por qué. Si aprendés, progresás. Es difícil, pero justo. Y eso, en estos tiempos, es valioso.
Técnica y arte: la belleza como castigo y consuelo
Visualmente, Wukong es descomunal. Unreal Engine 5 brilla como nunca, y no es solo por los reflejos o la fidelidad facial: los escenarios son poesía en movimiento. Hay zonas que parecen pinturas chinas en movimiento. Y otras que son puro infierno barroco.

La dirección artística mezcla tradición y vanguardia con elegancia. Cada enemigo tiene diseño propio, los jefes imponen respeto desde lo visual, y las transformaciones de Wukong son brutales.
El rendimiento, al menos en PC y PS5, es sólido. Hay detalles a optimizar (en ciertas áreas cae el frame rate), pero el compromiso técnico es indiscutible.
Música y sonido: menos es más
La banda sonora acompaña con respeto. No hay melodías intrusivas ni épicas gratuitas. El sonido es ambiental, denso, a veces crudo. La música aparece cuando debe, y cuando lo hace, estremece. Los efectos sonoros —desde el eco del bastón hasta los gruñidos demoníacos— están cuidados con obsesión.

Lo que funciona menos (y hay que decirlo)
No todo en Wukong es perfecto. Hay momentos donde la narrativa se vuelve críptica al punto de perder impacto, especialmente si no tenés referencias de la mitología china. Y algunos picos de dificultad pueden sentirse algo desbalanceados, con enemigos menores que castigan más que jefes.
Tampoco hay una gran profundidad en los sistemas de progresión: se siente más como un juego de destreza que de personalización, lo cual no es malo, pero limita el factor “rejugabilidad con builds distintas”.
¿Entonces? ¿Vale la pena?
Black Myth: Wukong no es para todos, pero sí es para cualquiera que respete el acto de jugar en serio. No viene a ser simpático, ni a hacerte sentir poderoso en 5 minutos. Viene a proponerte un viaje. Uno difícil, hermoso, desafiante. Uno donde vas a perder, pero también a descubrir.
Game Science hizo lo que muchos estudios más grandes no se animan a hacer: apostar por la identidad, por la dificultad bien pensada, y por un mundo que respira por sí solo.
En Play is Life, lo celebramos.