Si hay algo que Sniper Elite: Resistance hace bien, es conservar la esencia de su gameplay: armas que responden con precisión quirúrgica, disparos que se sienten pesados y satisfactorios, y una física balística que sigue siendo una de las mejores del género. A esto se suma un diseño de niveles amplio y funcional, que permite múltiples enfoques para cada misión: desde eliminar objetivos a distancia con paciencia y cálculo, hasta infiltrarse por caminos secundarios para lograr ejecuciones más cercanas y tensas.

Sin embargo, y pese a que la experiencia sigue siendo sólida, se siente demasiado conservadora. El ritmo de juego no se sale nunca del guion ya conocido, y todo —desde los objetivos hasta los desafíos secundarios— está tan calculado y familiar que rara vez sorprende. Las misiones se repiten en estructura, y aunque cambien los escenarios o los rostros enemigos, la sensación es que ya lo vivimos antes.

No hay mecánicas que realmente sacudan la fórmula ni decisiones de diseño que arriesguen. Es como si Resistance se hubiera construido sobre una checklist segura: “zona abierta”, “torreta”, “túnel subterráneo”, “arma escondida”, “momento de cobertura forzada”, “final con escape apurado”. Todo está ahí, bien hecho, pero carente de alma nueva. El juego nunca se siente mal, pero sí previsible. Y en una saga con tanto recorrido, eso empieza a pesar.

El motor gráfico ha sido llevado a nuevos niveles, y se nota. El Japón de Shadows es visualmente deslumbrante: desde la niebla matinal en los campos de arroz hasta los reflejos del atardecer sobre las tejas de los templos. Cada estación del año modifica el entorno de manera tangible, afectando la jugabilidad (el hielo puede romperse, el barro ralentiza, los árboles sin hojas ofrecen menos cobertura visual, etc.).

Los interiores de castillos, casas y santuarios tienen un nivel de detalle exquisito, aunque los NPCs aún arrastran algunas animaciones recicladas. El diseño de sonido también aporta a la inmersión, con efectos ambientales cuidados y una banda sonora que mezcla tradición japonesa con tensión cinematográfica.

A nivel artístico, Ubisoft logra lo que muchos esperaban: un Japón que no solo se ve bien, sino que transmite identidad cultural sin caer en la caricatura.

El combate mantiene el ADN de Mafia: tiroteos tensos, coberturas bien implementadas y un arsenal de época que incluye revólveres, escopetas de cañón recortado y armas improvisadas. Pero donde realmente brilla esta entrega es en los sistemas de infiltración y manipulación social.

Enzo no solo dispara: también negocia, soborna y elige a quién traicionar para subir en la jerarquía familiar. Algunas misiones pueden resolverse sin disparar un tiro, si sabés usar tus contactos o leer la sala.

El juego corre en Unreal Engine 5, y eso se nota. Los interiores con iluminación tenue, las calles empedradas bajo la lluvia y los atardeceres polvorientos sobre las colinas italianas construyen un mundo más orgánico y creíble que nunca. Las expresiones faciales —cruciales en un drama así— alcanzan un nuevo nivel de realismo.

Takeshi no busca salvar el mundo. Busca cerrar cuentas pendientes, tanto con los humanos como con los espíritus. A medida que avanza, su humanidad se va desdibujando, y vos elegís si seguir aferrado al honor… o dejar que la venganza lo consuma todo.

Hay múltiples finales según tus decisiones, pero no hay respuestas simples. Este es un viaje emocional y oscuro, donde cada enemigo vencido tiene una historia que contar.