Desde los primeros minutos de su tráiler, Clair Obscur deja en claro su intención de alejarse de lo convencional. Su universo se inspira en el impresionismo y el simbolismo, evocando obras de arte vivientes que recuerdan tanto a Dishonored como a las pinturas de Gustave Moreau. Las arquitecturas flotantes, las criaturas oníricas y una paleta de colores única dotan al juego de una identidad visual inolvidable.

La dirección artística no es solo un envoltorio. En este mundo, llamado The Paintress’ Domain, cada año la humanidad vive con un miedo absoluto: la aparición de una figura mística —la Paintress— que selecciona un número, y con él, todas las personas de esa edad son instantáneamente borradas de la existencia. El número actual: 33.

Nightreign nos lleva a una región inexplorada que se desbloquea tras ciertos eventos del final de la historia base. Esta nueva zona, Nocturnia, está bañada en una eterna noche sin estrellas, plagada de nuevos enemigos que parecen salidos de un cruce entre Bloodborne y una pesadilla de Lovecraft. Visualmente es increíble: la dirección de arte sigue siendo una clase magistral, con paletas más frías, ruinas flotantes, criaturas aladas hechas de humo y magia, y una atmósfera que te atrapa (y te asusta).

A nivel gameplay, FromSoftware no se duerme en los laureles. Se nota que tomaron nota del feedback post-Elden Ring. En Nightreign aparecen nuevas mecánicas que cambian bastante el ritmo:

Silent Hill f se desarrolla en el pueblo ficticio de Ebisugaoka, donde la niebla no solo oculta secretos, sino que alimenta una amenaza silenciosa y orgánica. En el centro de todo está Hinako Shimizu, una joven estudiante marcada por el aislamiento social, atrapada entre la tradición, la culpa y una extraña infección floral que transforma personas en criaturas grotescas.

Este viaje al Japón de posguerra está plagado de simbolismo, folklore, rituales siniestros y estética visual perturbadora. El guion está en manos de Ryukishi07, creador de Higurashi: When They Cry, y eso significa una cosa: nada es lo que parece y todo puede doler. El terror no es solo físico, sino mental, emocional y existencial. Un combo que promete dejarte pensando incluso después de apagar la consola.

Mafia: The Old Country no solo es un nuevo capítulo en la franquicia: es una reconstrucción emocional de los orígenes del crimen organizado, donde los códigos del honor pesan más que la ley. Ambientado en la ciudad ficticia de San Celeste, una versión reinterpretada de la Sicilia rural, el juego nos pone en la piel de Enzo Favara, un joven que comienza desde lo más bajo y busca abrirse paso en la despiadada familia Torrisi.

Lo que distingue a esta entrega es su enfoque: no busca recrear la grandilocuencia del crimen moderno ni ofrecer libertad sin control. En cambio, se enfoca en una experiencia narrativa guiada, casi como una serie interactiva que respeta los tiempos y silencios del drama mafioso.

Desde su fundación, Kojima Productions ha trabajado sin ataduras. El primer Death Stranding fue, en su esencia, un ensayo lúdico sobre la soledad, la reconstrucción social y el concepto de “caminar hacia el otro”. El segundo juego parece reforzar esas ideas, pero llevándolas hacia un terreno más oscuro, incierto y existencial. El tráiler inicial —tan críptico como sugerente— deja entrever una narrativa aún más ambiciosa, con elementos que exploran el duelo, el sacrificio y el rol del individuo en un mundo fracturado.

El juego nos sitúa en la región de Hokkaidō, al pie del monte Yōtei, durante una era ficticia en la que los límites entre el mundo de los vivos y los muertos están rotos. Vos encarnás a Takeshi, un guerrero exiliado que, tras ser traicionado por su clan, vuelve como un “onryō”, un espíritu vengativo. Y sí: su katana corta tanto carne como alma.

Este no es otro juego de samuráis: es una experiencia donde lo espiritual y lo brutal chocan todo el tiempo.

El gameplay mezcla lo mejor de varios mundos: