Si hay algo que Sniper Elite: Resistance hace bien, es conservar la esencia de su gameplay: armas que responden con precisión quirúrgica, disparos que se sienten pesados y satisfactorios, y una física balística que sigue siendo una de las mejores del género. A esto se suma un diseño de niveles amplio y funcional, que permite múltiples enfoques para cada misión: desde eliminar objetivos a distancia con paciencia y cálculo, hasta infiltrarse por caminos secundarios para lograr ejecuciones más cercanas y tensas.

Sin embargo, y pese a que la experiencia sigue siendo sólida, se siente demasiado conservadora. El ritmo de juego no se sale nunca del guion ya conocido, y todo —desde los objetivos hasta los desafíos secundarios— está tan calculado y familiar que rara vez sorprende. Las misiones se repiten en estructura, y aunque cambien los escenarios o los rostros enemigos, la sensación es que ya lo vivimos antes.

No hay mecánicas que realmente sacudan la fórmula ni decisiones de diseño que arriesguen. Es como si Resistance se hubiera construido sobre una checklist segura: “zona abierta”, “torreta”, “túnel subterráneo”, “arma escondida”, “momento de cobertura forzada”, “final con escape apurado”. Todo está ahí, bien hecho, pero carente de alma nueva. El juego nunca se siente mal, pero sí previsible. Y en una saga con tanto recorrido, eso empieza a pesar.