Lanzado en 1993, DOOM no fue simplemente un éxito comercial: fue el juego que cambió las reglas para siempre. En una época donde los videojuegos aún eran mayormente vistos como entretenimiento liviano o infantil, id Software irrumpió con una propuesta que combinaba violencia explícita, atmósferas opresivas y una jugabilidad que te empujaba a moverte, disparar y no mirar atrás.
Más que un juego, DOOM fue una experiencia sensorial para toda una generación. Su acción en primera persona, el diseño laberíntico de niveles y la aparición constante de enemigos demoníacos crearon una tensión constante. Lo que en muchos títulos era pausa, aquí era vértigo. Y lo que en otros juegos eran límites, en DOOM eran excusas para romperlos.
Una revolución técnica que definió el género
Lo que logró DOOM a nivel técnico fue extraordinario para su época. Su motor gráfico, aunque no era 3D verdadero, simulaba profundidad, luces y movimiento de una manera tan innovadora que muchos pensaron que estaban viendo algo imposible. El ritmo, además, era endiablado: no había tiempo para pensar, solo para reaccionar.
Ese nivel de fluidez en la acción no era común entonces. Tampoco lo era la posibilidad de jugar con otros en red local. DOOM no solo inventó una forma nueva de jugar, sino también una forma nueva de compartir esa experiencia. En oficinas, universidades y cibercafés, el “deathmatch” se volvió una palabra cotidiana entre gamers.
Un legado que atraviesa generaciones
La historia del videojuego moderno no puede contarse sin DOOM. Su influencia es tan profunda que incluso los shooters actuales —ya sea Call of Duty, Halo o Overwatch— siguen utilizando los principios que este título estableció hace décadas: acción en primera persona, armas múltiples, enemigos cada vez más peligrosos y niveles diseñados para ser explorados con tensión constante.

Evolución sin perder el alma
Una de las claves de su permanencia fue la capacidad de reinventarse sin perder su identidad. DOOM 3 exploró el terror psicológico con una ambientación más oscura y un ritmo más contenido, mientras que DOOM (2016) y DOOM Eternal recuperaron la velocidad y brutalidad clásica, pero con mecánicas modernas y gráficos impresionantes. Más recientemente, DOOM: The Dark Ages llevó esa fórmula a un terreno medieval, con nuevas armas, criaturas y una estética brutalista que amplía aún más el universo de la saga.

¿Por qué se sigue jugando hoy?
La vigencia de DOOM no es nostalgia: es mérito. El juego original sigue siendo jugado por nuevos y viejos fans porque ofrece algo que muchos títulos actuales han perdido: simplicidad bien ejecutada. No se trata de mundos abiertos interminables ni de cientos de sistemas superpuestos. DOOM propone una premisa básica —sobrevivir en un infierno armado hasta los dientes— y la ejecuta con maestría.
Además, la comunidad no lo suelta. Hay versiones que corren en celulares, navegadores, consolas modernas e incluso en objetos insólitos, como calculadoras gráficas o relojes inteligentes. DOOM es cultura digital viva. Es un símbolo. Y es también una especie de prueba eterna para los diseñadores de videojuegos: si tu shooter no es tan divertido como DOOM, algo falta.
No es solo un clásico. Es el corazón del género FPS. Es el juego que demostró que la acción podía sentirse en la piel, que la tecnología podía ser un vehículo para la adrenalina y que el diseño inteligente podía ser más importante que la complejidad.
Treinta años después, sigue siendo actual. Sigue siendo imitado. Y sobre todo, sigue siendo jugado.