Lanzado en 2019 por FromSoftware, Sekiro: Shadows Die Twice llegó para patear el tablero de los soulslike. Y aunque comparte raíces con Dark Souls y Bloodborne, Sekiro es otra cosa. Más directo. Más personal. Más despiadado. Un juego que exige no solo habilidad, sino adaptación mental. Donde morir no es parte del sistema: es parte del aprendizaje.
A cinco años de su lanzamiento, Sekiro sigue siendo una obra que incomoda, inspira y desafía. Y en esta nota, desde Play is Life, te contamos por qué.
Contexto y narrativa: el Japón feudal desde la cicatriz
Ambientado en una versión fantástica del período Sengoku japonés, Sekiro nos pone en la piel de Lobo —un shinobi silencioso, marcado por la pérdida y la promesa de lealtad eterna a su joven maestro. Pero no esperes largas cinemáticas ni diálogos abundantes. Sekiro cuenta su historia con gestos, ruinas y sangre.
La narrativa se cuece en el entorno, en las miradas de los enemigos, en la arquitectura partida por guerras eternas. Es un relato sobre el honor, la traición y la inmortalidad, contado a través del filo de una katana.

El combate: precisión, timing y castigo
A diferencia de otros títulos de FromSoftware, en Sekiro no existe la barra de estamina. No hay escudos. No hay builds. Acá, todo gira en torno a la postura y al parry. Cada encuentro, incluso contra un enemigo menor, puede ser fatal si no dominás el ritmo del combate.
Es una danza violenta. Una sinfonía de bloqueos, desvíos y tajos. Cuando lográs romper la postura de un enemigo con una ráfaga perfecta de desvíos, y le clavás el golpe mortal… entendés por qué este juego no necesita loot ni niveles: solo necesita que seas mejor.
El juego no te premia con estadísticas, te premia con habilidad.

La dificultad: no es injusto, es innegociable
Mucho se dijo sobre su dificultad. Que es brutal. Que es excluyente. Que debería tener un “modo fácil”. Y sin embargo, Sekiro nunca te engaña. No hay trampa. No hay RNG. Cada jefe, cada miniboss, tiene patrones claros y consistentes.
Lo que hay es un sistema que te obliga a romper con tus hábitos de otros juegos. Si tratás de jugarlo como un souls, te va a destruir. Si aprendés a jugar Sekiro como Sekiro, el juego se abre y te recompensa con una satisfacción genuina y cruda.
Arte y ambientación: belleza a filo de espada
Desde los jardines otoñales del Castillo Ashina hasta las oscuras cuevas del Valle Sumergido, Sekiro es visualmente poético. Cada zona respira historia, y la dirección artística mezcla lo real con lo sobrenatural con una elegancia que pocos juegos logran.
No es solo un Japón hermoso; es un Japón herido, corrupto, espiritual, donde los monstruos no siempre son demonios y la línea entre la vida y la muerte se desdibuja a cada paso.

Sonido: cada tajo, un susurro de muerte
El diseño de sonido de Sekiro es tan letal como su protagonista. Cada golpe, cada parry, cada paso sigiloso tiene un peso sonoro impecable. La música entra solo cuando debe, y lo hace para marcar algo importante: un jefe, una revelación, una decisión que te va a costar.
No es una banda sonora épica en sentido tradicional. Es minimalista, melancólica, afilada. Como el juego.
Lo que hace distinto a Sekiro
- No hay estadísticas ni equipos que cambien tus habilidades. Acá todo sos vos y tu katana.
- No hay multijugador, ni invocaciones. Cada pelea es solitaria.
- No podés esconderte en farmeo. El único camino es enfrentar lo que viene, y mejorar.

Es un juego honesto, pero exigente. No te da opciones para evadir el conflicto. Te pide presencia total.
Filosofía del diseño: morir es volver a intentar… distinto
Sekiro no es solo un juego difícil. Es un juego coherente. El renacer del protagonista, que puede volver de la muerte una vez, no es una mecánica suelta: es parte del universo, del conflicto central. Cada muerte tiene un costo, y no solo en gameplay: afecta el mundo, enferma a los personajes, genera culpa.
Y eso transforma la forma en que jugamos. Nos hace responsables.
Sekiro: Shadows Die Twice no es un juego para todos, pero sí es un juego para quienes buscan algo distinto. No es personalizable. No es cómodo. No es indulgente. Pero cuando por fin vencés a ese jefe que parecía imposible, no lo olvidás nunca.
En Play is Life creemos que Sekiro no fue solo uno de los mejores juegos de 2019. Fue, y sigue siendo, una obra maestra de diseño, intención y carácter.
Pocas veces un videojuego te obliga a crecer como jugador. Sekiro no te da la victoria: te exige merecerla.